miércoles, 7 de mayo de 2014

Felina.

Allí estaba de nuevo. El aroma a café impregnaba toda la casa. Descalza, decidió echar un ojo a las estanterías. Miles de objetos representativos para su propietario desfilaban ante sus ojos, y sin embargo, a ella se le antojaron un puñado de trastos viejos que debieron haberse tirado a tiempo. De pronto, le entró esa estupidez que por lo visto le entraba a mucha gente al profanar la vida de otra persona. Decidió vestirse, y poner fin a esa tarde de un duro miércoles abandonando esa habitación de sueños rotos y vidas al sol. Incapaz de seguir allí un solo segundo más, el sigiloso desfile hacia la cocina se le hizo interminable. Al fondo del estrecho pasillo y de espaldas a la puerta, los ojos inquietos del joven recorrían la encimera en busca del azucarero que nunca recordaba dónde iba. El que podía haber sido el chico de sus sueños si ella hubiera querido ignoraba que lo observaban con curiosidad . Ella siempre huía del peligro, tal y como sus instintos de gata le indicaban. Esta vez, saltaron las alarmas.Y así, elegante y cautelosa, con el espíritu felino que siempre la había caracterizado, salió, cerrando tras de sí la que había sido su jaula durante unas horas. 

Hay personas que nacieron para evitar las cadenas.