sábado, 29 de marzo de 2014

Habitación 219, LGM.

Son las puertas cerradas de un pasillo de hotel lo que fueron sueños, lo que será la vida. 
Ella se atreve a preguntar. Parece la habitación 217 una isla con sol en el Caribe, como un naufragio donde sólo llega el tiempo de la luz, el día de mirarse en el espejo desnudo de las sábanas. Son preguntas los ojos y las manos y hasta el silencio vuelve la cabeza para verlos brillar, tomar los sueños como se toma el sol, jóvenes y tendidos en la cama. Sus armarios no tienen equipaje.

Tal vez puedes oírlos, pero cuida tu firma de viajero, porque en otra ventana, y pared con pared, el sol de la 218 tiene la luz ambigua de los días nublados, recuerdo y porvenir, piel de noviembre entre la claridad o la tormenta. 
El viajero está solo. Mira el televisor como se miran las fotografías en una casa extraña, como se buscan rostros conocidos entre la multitud de una ciudad.

¿Quién abrirá las puertas del invierno, en qué mano la llave de la 219?
No existen las ventanas y la cama vacía está dispuesta para que el derrotado mire a su alrededor, se siente, se desvista y se tumbe a esperar, a navegar la noche embarcado en sus propios pensamientos, cuando el mundo no sea sino ruido de pasos y de voces, al otro lado de la puerta, en el pasillo de un hotel.


domingo, 16 de marzo de 2014

Lo poco que he podido salvar.

Hay poetas que escriben de tal modo que sus palabras se desdibujan entre el tic-tac de algún que otro chantaje.

No voy a intentar reescribir. De hecho, esa es la única frase de las que he podido salvar que creo que merece la pena. Es una pena, pero nos ha pasado a todos alguna que otra vez. Las palabras se pierden con gran facilidad y fugacidad, en promesas incumplidas, en cumplidos, en habladuría. En esas ocasiones, no valen nada. Como he dicho, 'sólo son palabras'.
Claro que, siempre evito que sean solo palabras. No, las mías no son solo palabras.  Hay quienes necesitan plasmar pensamientos que les arden en la punta de los dedos, de la lengua. Escribir para relajarse, para fluir, para soltar; dejar constancia. 
No son palabras, son pensamientos que no se pueden callar, al igual que el tic-tac de los relojes de mi cabecera, aunque de vez en cuando queden latentes esperando un cambio de pila. Seguramente ésto es lo peor que he escrito con diferencia, pero supongo que merece la pena. Sólo puedo decir que soy de las que cuando escriben se tiran de los pelos, se muerden el labio inferior, y se mordisquean la punta de los dedos de la mano izquierda, intentando explotarme el cerebro para plasmar lo que se me pasa por la mente tal cual lo veo, sin ambigüedades, aunque sin muchos detalles. Lo más importante no te lo enseñan en los colegios.  No sé cómo acabar esta entrada tan tísica. 

Las palabras y los pensamientos cambian el mundo.



lunes, 3 de marzo de 2014

La gata sobre el tejado de zinc.

-¿Tú sabes cómo me encuentro? Como una gata sobre un tejado de zinc caliente recalentado por el sol...
+ ¡Pues salta del tejado! ¡Salta! Los gatos saltan desde los tejados sin hacerse daño. ¡Anda, salta!
-¿Cómo he de saltar y adónde?
+ Diviértete
- Estoy mucho más decidida de lo que crees. Y al final ganaré.
+ ¿Qué ganarás? ¿Cuál puede ser la victoria de una gata en un tejado de zinc caliente?
- Seguramente, continuar en él mientras lo resista.

JAGV

He oído decir que los medios aconsejan caminar sin rumbo para que el corazón se despreocupe y recupere la salud, Quizá no lo haya oído, sino que lo leí en alguna parte, lo pensé o tal vez fue un sueño. A menudo confundo las voces de los sueños con la realidad. El caso es que el otro día estaba en otra ciudad y al salir a la calle dejé que los pasos me guiaran por donde quisieran y me llevaron al cementerio. No conocía a ninguno de los que estaban allí, pero me puse a curiosear entre las lápidas como si buscase el portal de un amigo; hasta que el azar me detuvo. Leí mi nombre, mi fecha de nacimiento y también el día de mi fallecimiento. Me sobrecogió ver mi propia lápida. Hacía casi tres años que estaba muerta. Una de esas casualidades que nos dejan helados. Entonces empezó a llover, y comencé a sentir el agua en la cara, como si recobrara la vida, igual que una planta (...)
Me propuse cambiar de hábitos nada más llegar a casa. Esa manía que tengo de visitar los cementerios de los lugares que visito no volvería a repetirse porque cualquier día me podía llevar una sorpresa definitiva. La quietud y la soledad que tanto me atraen también se pueden disfrutar frente al mar observando el horizonte. Además, ¿qué nos impide caminar sobre las aguas? Eso pensé mientras paseaba por la ciudad desnuda. Al día siguiente volví a casa y no he salido desde entonces. Ando de un lado a otro del pasillo como un presidiario en la celda de sus obsesiones. Me planteo salir a dar una vuelta, pero el miedo me atenaza. No deseo encontrarme con un camino de tierra bordeado de cipreses. Ayer me llamó un amigo. Me dijo que él tampoco pisaba la calle salvo para comprar algo en la tienda de enfrente. Me preocupa que el temor a la muerte se expanda como una epidemia por todos los hogares. Mejor no hacer caso a los médicos y dirigirme al puerto y allí observar otros horizontes envueltos en cenizas.

sábado, 1 de marzo de 2014

He dicho que no vendemos cocaína.

Pues aquí estoy otra vez, yo, con menos pelos y más de loca que nunca, escuchando Radio Futura y grupos ochenteros españoles. 
Andrea, no sé si te va a ir bien o no, pero te voy a dar un consejo: sé tú misma, siempre, como lo has estado siendo hasta hoy. Siempre habrá gente que quiera aprovechar y sacar algo de ti, igual que tú de ellos. Siempre se saca algo de los demás, bueno, malo, o neutro, aunque se suele tener una percepción concreta de la gente con el paso del tiempo. Conócete, aunque ya sabes que para ti no existen los grises, que para ti es blanco, o es negro. Sabes que eres de luna. Sigue pensando que los recuerdos no pueden morir. Es imposible que no piense en ti. Es un consejo personal.
Pues bien, siempre nos quedará París. Éramos distintos, imposibles, como decía esa canción que tantos recuerdos me trae. Que vuelva la inocencia es imposible, pero Luna me sigue queriendo, esté equivocada o no. Sin prisas. Mientras, hazme un muñeco de nieve.