martes, 27 de enero de 2015

En la órbita de la rutina giran espíritus mediocres.

Primer mes del año.

He perdido la cuenta de los días que llevo aquí, pero no la de los meses. Me limito a sobrevivir a la rutina diaria, levantándome con la pereza a la que siempre he estado acostumbrada, aunque ahora, bien descansada.

El desayuno, por primera vez en años, a diario en taza. He abandonado la costumbre de las tostadas con mantequilla; cuando el pan es del día están bien, pero el pan Bimbo es horrible. La costumbre que no puedo abandonar es la del mensaje de buenos días. Tampoco puede faltar la ducha mañanera, pero sin olvidar encender el calentador antes. Es una de las cosas que peor llevo aquí: no tener agua caliente con normalidad; abrir el grifo y esperar morir congelada. Acostumbrarse a una ducha pequeña, en contraste con una bañera a la que estaba acostumbrada. Salir de la ducha sin que haya nadie en el cuarto de baño terminando de arreglarse, haciendo pis, o simplemente mirándose en el espejo. Comienzo a secarme siempre de arriba abajo, tal y como me enjabono. A la hora de vestirme las paso canutas. Ahora tengo que pensar qué ponerme. Un conjunto por día. Los uniformes son mucho más sencillos en lo que respecta a esto. 
Llaves, cartera, móvil, listo. Llamas al ascensor, 'salgo ya de casa' y cierras la puerta.

Los cuarenta minutos- como mínimo- del bus, que se hacen eternos. Y como tengas mala suerte y pierdas el bus, te quedas mínimo diez más esperando. El frío a la sombra y el calor al sol. Claro, olvidaste que llevas miles de capas para no quedarte helada en el conservatorio, y todos los días, al cruzar el mismo paso de cebras, piensas lo mismo : 'Debería haberme puesto otra cosa'.
Llegas al Conservatorio, el sitio soñado, pero como en todo, nada es lo que parece. Hay quien dice que los sueños, sueños son, y tal vez en otro sitio la realidad vaya mejor. Saludas a la gente de la entrada- siempre te cruzas con alguien a quien conoces- y o bien te quedas echando cinco minutos con tus compañeros, muy ajetreados liándose el cigarrillo, o subes las escaleras y entras. Tus clases, unos días mejor y otros peor, unas horas más o unas menos. Todo depende. De tu ánimo, del día, del tiempo, de todo. Vuelves al autobús, que te deja en la puerta de tu casa, y con pesadez sacas las llaves, para abrir cada una de las puertas que se interponen en tu camino. De cuando en cuando, te cruzas con algún vecino que te pregunta adónde vas o de dónde vienes. Buenos días,¿Qué vienes, del colegio?¿Del instituto? Y con la mayor sonrisa que eres capaz de esbozar, teniendo en cuenta que tiene que salir natural, le contestas que vienes de la universidad, porque explicar el resto sería complicado.

Metes la llave en la última puerta, la de tu casa, que al abrirla choca con el tendedero que has dejado en mitad del pasillo porque no tienes otro sitio donde meterlo. Sueltas las cosas en el sofá rojo, coges el móvil, ya he llegado a casa , escribes. Te preparas lo que puedes de comer, aunque sean las cinco de la tarde, y te pones la tv. Siesta si encarta, y a estudiar un rato el día que no tienes que volver al conservatorio. La cena, el telediario, el teléfono, skype. La una ya.
Y otra vez a la cama, sumida en la devoradora rutina hasta el fin de semana.

'Son extrañamente hermosos todavía, estos labios de hace ahora tres años y pareciera inédito el gesto de tu beso, este llegar aquí cada vez más tranquilo, con la serenidad del que tiene por cómplice la vida y su rutina.' -Luis García Montero.