martes, 13 de mayo de 2014

Devorar sin probar bocado.

Tanto poeta, tanta mirada por lo bajo, por lo alto. Tanto poeta escondido por orgullo. Vaya imbécil. 

Parece ser que el mundo tiene esa capacidad de presentarte algo justo cuando no lo necesitas, o cuando no lo quieres. Una camarera sexy te pone por delante un surtido de frutas variado para que decidas a con qué empezar, aunque sabe que estás hasta arriba y no precisamente de comida. Frutas brillantes, sacadas de un cuadro de bodegón; caracteres matéricos que entran por los ojos. Puedes dejar la fruta o el hueso. 

Coges en tu mano temblorosa una manzana, que se convierte en oro, y te da miedo morderla no vayas a desmayarte como Blancanieves. La dejas con delicadeza y deslizas con suavidad tu dedo índice por el mantel, al ritmo que recorres su longitud. Todo se tiñe de dorado según vas tocando. Miras fríamente la sala, esperando que alguien entre por la puerta y te libre de morder la manzana del pecado. Eres el Rey Midas con grandilocuencias femeninas, actitud pasiva, expectante, que sólo espera poder bañarse en el río Pactolo. 

Hasta entonces, puedes ser Ninette, Nuria Monfort o simplemente tú misma encerrada en tu palacio de Frigia.