sábado, 29 de marzo de 2014

Habitación 219, LGM.

Son las puertas cerradas de un pasillo de hotel lo que fueron sueños, lo que será la vida. 
Ella se atreve a preguntar. Parece la habitación 217 una isla con sol en el Caribe, como un naufragio donde sólo llega el tiempo de la luz, el día de mirarse en el espejo desnudo de las sábanas. Son preguntas los ojos y las manos y hasta el silencio vuelve la cabeza para verlos brillar, tomar los sueños como se toma el sol, jóvenes y tendidos en la cama. Sus armarios no tienen equipaje.

Tal vez puedes oírlos, pero cuida tu firma de viajero, porque en otra ventana, y pared con pared, el sol de la 218 tiene la luz ambigua de los días nublados, recuerdo y porvenir, piel de noviembre entre la claridad o la tormenta. 
El viajero está solo. Mira el televisor como se miran las fotografías en una casa extraña, como se buscan rostros conocidos entre la multitud de una ciudad.

¿Quién abrirá las puertas del invierno, en qué mano la llave de la 219?
No existen las ventanas y la cama vacía está dispuesta para que el derrotado mire a su alrededor, se siente, se desvista y se tumbe a esperar, a navegar la noche embarcado en sus propios pensamientos, cuando el mundo no sea sino ruido de pasos y de voces, al otro lado de la puerta, en el pasillo de un hotel.