lunes, 3 de marzo de 2014

JAGV

He oído decir que los medios aconsejan caminar sin rumbo para que el corazón se despreocupe y recupere la salud, Quizá no lo haya oído, sino que lo leí en alguna parte, lo pensé o tal vez fue un sueño. A menudo confundo las voces de los sueños con la realidad. El caso es que el otro día estaba en otra ciudad y al salir a la calle dejé que los pasos me guiaran por donde quisieran y me llevaron al cementerio. No conocía a ninguno de los que estaban allí, pero me puse a curiosear entre las lápidas como si buscase el portal de un amigo; hasta que el azar me detuvo. Leí mi nombre, mi fecha de nacimiento y también el día de mi fallecimiento. Me sobrecogió ver mi propia lápida. Hacía casi tres años que estaba muerta. Una de esas casualidades que nos dejan helados. Entonces empezó a llover, y comencé a sentir el agua en la cara, como si recobrara la vida, igual que una planta (...)
Me propuse cambiar de hábitos nada más llegar a casa. Esa manía que tengo de visitar los cementerios de los lugares que visito no volvería a repetirse porque cualquier día me podía llevar una sorpresa definitiva. La quietud y la soledad que tanto me atraen también se pueden disfrutar frente al mar observando el horizonte. Además, ¿qué nos impide caminar sobre las aguas? Eso pensé mientras paseaba por la ciudad desnuda. Al día siguiente volví a casa y no he salido desde entonces. Ando de un lado a otro del pasillo como un presidiario en la celda de sus obsesiones. Me planteo salir a dar una vuelta, pero el miedo me atenaza. No deseo encontrarme con un camino de tierra bordeado de cipreses. Ayer me llamó un amigo. Me dijo que él tampoco pisaba la calle salvo para comprar algo en la tienda de enfrente. Me preocupa que el temor a la muerte se expanda como una epidemia por todos los hogares. Mejor no hacer caso a los médicos y dirigirme al puerto y allí observar otros horizontes envueltos en cenizas.