lunes, 29 de septiembre de 2014

Recuerdos.

Caminas entre la gente. Y de pronto, un perfume te arrastra de nuevo a otro momento. Es casi un teletransporte. Todos reconocemos el aroma a mamá, a libro,  a humo en la cara, a coche nuevo, a abuela, a pelota de baloncesto.
 El olor a hospital, a yogur. El olor a champú, a armario cerrado, a humedad, a teatro, a palomitas, a buena compañía, a hogar. El olor a esmalte de uñas, a quemado, a tortilla de patatas, a invierno. El olor a periódico, a espuma de afeitar, a playa, a pinos. El olor a perfume. El olor a recuerdos.

 La gente. Tu gente. Tus cosas, tus cosas importantes, las que han dejado de serlo y las que, aunque lo ignores de momento, acabarán siendo uno de esos aromas nostálgicos a los que darás importancia.
El objetivo era coleccionar olores importantes. El intoxicante poder del olor a bebé, los recuerdos. El olor a lluvia, a tierra mojada. Todo perfume tiene cuatro esencias. Capturas el aroma y lo reproduces en tu mente, igual que harías con una canción.
El alma de los seres es su aroma.
Al demonio con el mundo, con el perfume, con él.