viernes, 24 de octubre de 2014

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Nadie tiene una vida de cuentos de hadas. Es decir, todos pasamos por malos momentos, porque todas las etapas por las que pasamos son relativamente efímeras. Nada dura para siempre, ni lo bueno, ni lo malo. Pero todos los altibajos con los que el destino nos sorprende son capaces de ponerse de acuerdo para hacernos la vida más llevadera, y así demostrarnos que somos capaces de caer en picado para luego subir como la espuma.
Todo esto viene a cuento de que no cualquiera sabe lo que es caer y llegar a estar a un palmo del suelo para volver a subir. Hay quien piensa que por haberse quedado con los pies colgando al borde del precipicio ya ha pasado por su peor momento, y eso es totalmente falso. Sabes lo que es resbalarte en la acera mojada y tener alguien a tu lado que te sostuviera. Sabes lo que es pasarlo mal. Pero no sabes lo que es estar cayendo y poner fuerzas para remontar el vuelo y no ser capaz. Los niños pequeños también piensan que lo pasan mal si los obligan a bañarse cuando no quieren. Esto es relativamente comparable.

La sociedad está hecha mierda. Las niñatas quinceañeras creen saber lo que es caer cuando tu queridísimo novio de hace dos días te pone los cuernos. Creen saber lo dura que es la vida cuando lo más duro por lo que han pasado ha sido por una discusión estúpida. No saben lo que es caer y no son capaces de hacerse a la idea. Su mundo está demasiado ocupado en quejarse de la mierda de vida que llevan aunque sea estupenda y en cuidarse de enseñar medio culo cuando se ponen los shorts.

La realidad es que, cuando caes, sólo eres capaz de mirar hacia abajo. Mueves las alas, gritas, lloras, gimes. Te vuelves loca. Piensas mil y una veces por qué todo. Hay que ser muy fuerte para sufrir una combustión y resurgir de nuestras cenizas. Desgraciadamente, no todos saben ser un ave fénix.