lunes, 11 de agosto de 2014

Buzón movistar, el teléfono...

Como ese anuncio de cerveza Cruzcampo, que decía que 'a veces necesitamos un poco de sur para poder ver el norte'.

Cualquiera con dos dedos de frente podría afirmar ahora mismo, en caso de haberlo vivido, que un par de días lejos de todo aquello que conoces y con lo que estás en contacto a diario hacen bien a las mentes pensantes. Desconectar por un periodo breve de tiempo siempre viene bien, sin olvidarse, claro está, de que nos encontramos todos bajo el mismo cielo, y que tarde o temprano, hay que volver a la rutina veraniega en la que a penas se descansa. El caso es que esos días apartados de lo tuyo y relativamente de los tuyos, conservando unos cuantos a tu lado, dan rienda suelta a la creatividad y te aportan la fuerza y las ganas para seguir escribiendo sobre las cosas que has o habéis desmenuzado mentalmente en aquel colchón intex bajo la luz de la luna y las estrellas que pudieran verse. Como tu amiga decía, parecía el trailer de 'bajo la misma estrella'. Este es el punto estrella, nunca mejor dicho, en el que entran en escena las noches filosofando en voz alta, planteando diversas teorías.

Uno: la relatividad. El ser humano se presenta y está convencido de que es alguien grande, y a pesar de que el universo sea enorme e infinito, su ambición no le impide intentar seguir conociendo lo que es mayor que él.  Es tan ambicioso que, no contento con desconocer y ser incapaz de comprender lo que tiene tan cerca, trata de contentarse con lo que nunca podrá llegar a entender. Por esta regla de tres, tal vez el ser humano esté equivocado y no sea tan grande al fin y al cabo. Tal vez sea más pequeño de lo que imagina, y la grandeza no sea más que un escudo protector para no darse cuenta de que no es el centro del mundo y sus problemas en realidad no importan nada.

Dos: el error. No siempre las malas compañías son las mejores. Las coincidencias no existen, y por supuesto, venimos por un camino escrito, bien sea por nuestras decisiones o por una fuerza mayor. Todos nos contradecimos. Hoy estás aquí y mañana podrías no estarlo, y la incertidumbre de no saber lo que va a pasar es quizá el hecho que con más frecuencia abruma a las personas. No sabemos si mañana o dentro de tres años vamos a estar rodeados de las mismas personas con las que ahora nos relacionamos, pero somos felices y nos divierte intentar imaginar el futuro. Quién nos iba a decir que estamos donde estamos hace cinco o un año. Todos aquellos con los que te cruzas van pasando inconscientemente por una purga, al igual que tú mismo, para acabar dejando a un reducido grupo de amistades, que son las que al final importan. La vida siempre hace que te reencuentres en el sitio que menos te lo esperas con la persona que menos te imaginas, y eso puede alegrarte el día. Los cambios vienen de la mano de decisiones que, aunque en el momento puedan ser duras y difíciles, pueden dar un giro al rumbo que habías tomado para embarcarte en un nuevo viaje con una nueva sonrisa.

Tres: quienes te conocen saben lo que necesitas. Intuyen cómo va a ir tu vida, lo que quieres y lo que no, y lo que es más importante, cómo eres feliz. Saben cuándo disfrutas y cuándo estás triste, y cómo sorprenderte. Pueden hablar de temas que te son interesantes, aunque al final acabes siendo tú la que filosofa paridas mentales sobre la enormidad y las explosiones repentinas y la nada absoluta. Quienes te conocen y quienes conocen el mundo son los que siempre van a darte los mejores consejos. Citaré con brevedad una frase de alguien que sabe más por viejo que por diablo: ' No te fíes ni un pelo de alguien que se alaba a sí mismo. Los que se alaban son los peores.'

Hoy puedo decir que me he reencontrado a mí misma, y que ese reencuentro y paz interior siempre viene dado por algo que no podía hacer desde hace tiempo: leer sin voces interiores en la cabeza. Sumida en mí misma, escribo metafóricamente desde un hotel de lujo con dos camas vacías.