viernes, 11 de enero de 2013

Cartas de novela.

Mi queridísimo,

          aún no sabía de tu partida a aquel supuesto viaje de negocios y sentía que te marcharías en poco tiempo. Caterina me dijo que seguramente fuera todo una burda mentira, que te habías ido con otra, mas me negué a creerlo. Cuando hablé con tu hermana me dio diversas explicaciones: el viaje de negocios, tu primo Darío y la separación, los problemas económicos de vuestra tía Sofía, pero ninguna acabó de convencerme. Quise entonces resistirme a hablar con Alan, pero mis impulsos fueron mayores que mis pensamientos que tan preocupada me tenían.
Cuando me dijo que mi padre había fallecido, te juro que no te haces a la idea de las cosas que pensé justo en ese momento. Me enfadé inmediatamente contigo. Habías ido a ayudarlo en su enfermedad sin hacerme saber siquiera que no estaba bien, te habías ido sabiendo que estamos cerca del matrimonio, a penas un par de meses, y que podía suponer el fin de nuestro amor. Pero te fuiste a tratar de salvarle la vida, y te estoy agradecida de todo corazón. Padre siempre gustó de ti. Decía que tenías algo importante, que era esa "esencia" que ninguno de los dos había logrado descifrar aún. Me pregunto incesablemente si te la dijo o sí aún no la descubrió, incluso hay noches que la idea me desvela. Ya en el lecho de su muerte, lo imagino tan sereno como era, con las gafas medio bajadas y esa sonrisa pícara que esbozaba cuando íbamos a verlo. Recuerdo que el día que te lo presenté, nevaba. Lo encontramos en su mecedora sentado, calado hasta los huesos. Cuando fui a acompañarlo al dormitorio a por unas mantas, antes de cerrar la puerta, me dijo textualmente: "Esa es la esencia que tanto hemos estado buscando, mi pequeña paloma, y algún día estoy seguro de que podrás describírmela claramente." 
          Espero ansiosa tu regreso, aunque no te pido que te apresures, mi amor, te espero. Siempre tuya,
                                   Clara.