domingo, 14 de octubre de 2012

Memorias rurales.

Abrió los ojos, bajo el chorro caliente de agua. Las gotas resbalaban por su cuerpo, recorriendo cada uno de los poros de su piel. Solo vio vapor, y tan solo fue capaz de recordar niebla. Los cristales estaban empañados. Escribía y borraba frases. La recordaba. (...)

Fuera, el olor a quemado -tal vez de unas hojarascas de la parcela contigua- la transportó. Se volvió a encontrar en aquella casa rural, tres años menor, a su lado. Estaban solas en la casa. Fuera invierno, frío, lluvia demostrada en el repiqueteo de las gotas en el cristal, y los demás habían salido al pueblo a comprar. Perdidas en mitad de la nada, sentadas en un sillón hasta entonces desconocido por ellas, bajo las mantas sentían el calor de la chimenea, cuyo fuego consumía troncos recién echados. Olor a leña, asfixiante. El humo se quedaba dentro, incrustándose en sus pulmones haciéndolas toser constantemente. Chimenea pillada. Agobio, ventanas abiertas. Frío que calaba hasta los huesos, con olor a lluvia. En aquel momento se fundieron aquellos elementos tan contradictorios. El olor a tierra mojada y la humedad intentaban desesperados entrar, y terminar con esa calidez excesiva, acompañados de un vals. Se empapó el suelo, un parcial entre la alfombra y una mecedora roñosa de madera. Y ellas, solo pudieron reír. 
Eso quería entonces.